Si hablamos de pedofilia entramos al ámbito de lo que en Clínica llamamos perversión. Estas estructuras son el resultado de carencias en momentos constituyentes de la vida psíquica.
En un lenguaje cotidiano, podemos decir que estos sujetos tienen entre el pensar, la palabra y el hacer, más fisuras que las de todo humano. En ellos -entre estas tres instancias- se han producido grandes grietas que les permiten ser eximios simuladores y cínicos. Sus comportamientos puestos al descubierto nos causan sorpresa y desconcierto por la fuerte transgresión a las normas y por el alto nivel de manipulación para concretarlos y donde el semejante es degradado al plano de objeto de su particular manera de gozar.
En lo que hace a la sexualidad, los avatares de la vida amorosa han sido siempre un interés privilegiado de los seres humanos. En los niños y adolescentes aumentada esta curiosidad porque permite experiencias decisivas para la constitución psíquica de esas etapas. Esta saludable tendencia curiosa, facilita el ser víctimas de los perversos. Pasados los tiempos de miradas “espionas” por el ojo de la cerradura o el teléfono, entramos a un mundo de redes tecnológicas de fluida y variada comunicación donde el anonimato y el exhibicionismo se privilegian. Este nuevo mundo crea un campo problemático en la encrucijada moderna de lo tecnológico y lo humano sobre lo que debemos interrogarnos y hablar no sólo los psicoanalistas sino otros especialistas de la subjetividad humana.